Últimamente los amaneces eran cada día más
preciosos, solo
porque él estaba a su lado, junto a ella, junto aquel ser que permanecía
errante de un lugar a otro, en busca de un camino, de un destino… Los
atardeceres se habían vuelto más bonitos desde que aquel beso inundó sus labios
durante una milésima de segundo, solo porque dos almas se habían fundido en el
mismo sentimiento, dos almas, nuestras almas. Los días pasaban, cada vez estaba
más unida a aquella alma de la que un día me enamoré mientras tímidamente
caminaba por las orillas de la playa mientras que las olas corrían veloces
llegando a la orilla y volviendo hacia el mar otra vez más, volviendo como lo
hicimos aquel día de verano, si, aquel verano de sonrisas compartidas, de
lágrimas a escondidas, de sueños imposibles, de miradas infinitas, miradas
perdidas en el horizonte.
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